La fábula de la liebre y la tortuga

Por: El Conejo.


En el mundo de los hombres vivía un liberalismo muy engreído y jactancioso, porque todos sus lisonjeros decían que era el mejor. Por eso, constantemente se reía del viejo socialismo, con su pasmosa burocracia, métodos y discursos de siglos pretéritos.

-¡Miren al socialismo! ¡Eh, socialismo, no corras tanto que te vas a cansar de ir tan de prisa! -decía riéndose de su antagonista, creyéndolo estancado y casi muerto.

Un día, al socialismo se le ocurrió retar a su enemigo natural a un duelo. -Estoy seguro de poder ganarte una carrera electoral -le dijo. -¿A mí? -preguntó, asombrado, el liberalismo económico. -Pues sí, a ti. Pongamos nuestra apuesta en las urnas, en las calles, y veamos quién gana la carrera. El liberalismo, muy divertido, aceptó.

Confiado en su grandeza, en su modo de administrar, dejando todo a la mano invisible de un dios mercenario y a la mano visible y terrenal del contrato social, el liberalismo dejó que el fantasma trasnochado iniciara su campaña, acercándose a los trabajadores, los estudiantes y los desposeídos, y se quedó mirando su reflejo en la irradiación de sus riquezas. ¡Vaya, si le sobraba libertad, igualdad y fraternidad para ganarle a tan lerda, tiránica y despótica criatura!

Luego, empezó con lo suyo; anuncios publicitarios, bombardeos mediáticos, coacción, compra de votos, despliegue propagandístico de sus bondades e injurias a su contrario. -¡No al totalitarismo! -decía. ¡Quiere quitarnos nuestras libertades, robarse a nuestras vacas y violar a nuestras mujeres!

El socialismo iba despacio, pero, eso sí, sin dar un paso atrás ni para tomar vuelo. Al poco tiempo, en encuestas patrocinadas por él mismo, el liberalismo mostraba una gran ventaja frente a su contrincante. Se detuvo al lado del camino y comenzó a festejar anticipadamente su victoria, a celebrar acuerdos comerciales para el futuro y a negociar con las mafias para repartirse los dividendos, de sus negocios lícitos e ilícitos, una vez que ganara.

Mientras se tomaba fotos con niños desnutridos y entregaba subsidios, su rival pasó a su lado, con un grupo de seguidores cada día más numeroso, y el liberalismo aprovechó para burlarse de él una vez más. Le dejó tomar ventaja y nuevamente emprendió su veloz marcha.

Varias veces repitió lo mismo, pero, a pesar de sus risas, sus mentiras y sus represiones, el socialismo siguió caminando sin detenerse. Confiado en su democracia delegativa y en su sistema cultural de hegemonía impuesta a la fuerza, el liberalismo se tumbó bajo un árbol y ahí se quedó dormido en sus laureles.

Mientras tanto, pasito a pasito, y tan ligero como pudo, el socialismo, apoyado por millones que bajo el liberalismo tenían por única libertad la autonomía de vender su fuerza de trabajo por salarios miserables, siguió su camino hasta llegar a la meta. Cuando el dinosaurio despertó, la tortuga había ganado la carrera. Entonces, corrió con todas sus fuerzas represivas, con sus tanques y metralletas, con sus esbirros y sus soldados.

Masacró a pueblo y dirigentes, desapareció a millones, mandó al exilio a tantos otros. Instauró dictaduras ahí donde otras tortugas intentaron volver a ganarle en la carrera, ya sea con métodos institucionales y no institucionales. Las tachó de criminales, las persiguió con feroces perros de caza hasta el último rincón de las selvas. Sonrió creando sus nuevos antagonistas, manejados como marionetas por él mismo, como todas aquellas luchas de corte individual que reemplazaron a su dialéctico contrario, el verdadero capaz de cambiar el rumbo del mundo. Borró de los libros de historia aquella derrota y se erigió como el sistema perfecto, cada día más perfectible; el único con el que cuenta la humanidad, dejando al mundo de los hombres con una desigualdad cada vez más profunda, una fraternidad ambidiestra que saluda y apuñala simultáneameente y con la misma libertad única de ser esclavos, consensuados, del capitalismo.

La continuación del liberalismo en el mundo de los hombres también afecto a otros mundos, a todos, y así exterminó especies, despobló bosques, secó ríos, contaminó el cielo y los mares. Culpó de ello a los pobres conejos y su abundante descendencia; mientras las liebres seguían consumiendo la vida del planeta sin reparo, sólo por seguir acumulando sus riquezas.   


El Conejo

Volverá y será millones.