Showtime: Freddy

Por: Guillermo Samo

“Showtime! Señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches, damas y caballeros, tengan todos ustedes. Goodevening, ladies gentlemen. Estación Esperanza, el cabaret MÁS fabuloso del mundo… «Hope Station», the most fabulous night-club in the WORLD… presenta… presents… su nuevo espectáculo… its new show… en el que artistas de fama continental… where performers of continental fame… se encargarán de transportarlos a ustedes al mundo maravilloso… They will take you all to the wonderful world… y extraordinario… of supernatural beauty… y hermoso… of the songs… de las canciones…”[1]

Con estas palabras (casi) inicia una de las novelas más importantes de la narrativa latinoamericana del siglo XX, Tres tristes tigres (TTT), del tres veces portentoso, Guillermo Cabrera Infante, en la cual deja testimonio de la noche habanera, la vida nocturna de Cuba, antes de la revolución. Me apoyo en sus palabras para inaugurar esta columna, “Showtime”, donde, de vez en cuando (ese “cuando” quiere decir: “cuando me dé la gana”), hablaré de algún artista; algún disco; alguna canción, su contexto, su importancia, sus peculiaridades o curiosidades; o simplemente una anécdota interesante del, así llamado, “mundo de la música”. Agradezco de antemano a los amigos de Estación Esperanza por recibir con simpatía éste efímero proyecto y darle albergue en su portal.

Por supuesto, Showtime no podía empezar de otra manera que hablando de Fredesvinda García (1935-1961), más conocida como Freddy, cantante cubana de la cual se desprende Estrella Rodríguez, personaje de la novela antes mencionada.

“Yo conocí a la Estrella cuando se llamaba Estrella Rodríguez y no era famosa y nadie pensaba que se iba a morir y ninguno de los que la conocían la iba a llorar si se moría”, dice el narrador de TTT. Yo[2], sin embargo, conocí a Fredesvinda hace no mucho. Hasta entonces, creía que la inspiración para el personaje era nada más ni nada menos que Cesária Évora ¡Error imperdonable!, porque mi prejuicio e ignorancia fueron quienes me llevaron a confundir una con la otra. En la novela se le retrata como “una mulata enorme, gorda gorda, de brazos como muslos y de muslos que parecían dos troncos sosteniendo el tanque del agua que era su cuerpo”. Admitámoslo, con vergüenza o sin ella, Cesária también podría ajustarse a la descripción, “la caguama que canta, la única tortuga que canta boleros”, pero no concuerdan las coordenadas, el escenario, la lengua materna de cada una de estas extraordinarias mujeres.    

Yo, ahora sí yo, Guillermo Samo, su servidor, conocí a Estrella, digo, a Fredesvinda, nada más ni nada menos que con la colosal canción, como su intérprete, “Freddy”. La escuché de la manera en que se deben escuchar las cosas arrebatadoras, por pura casualidad, en el programa “Máximo 60”, de la N grande de México”, la No-FM. ¡Qué letra tan magnífica, maldita sea!

“¿Qué fue mi vida desde siempre?
Sólo trabajo y miseria,
Por eso cantaba a las estrellas
Y quizás me oyó hasta Dios.

Soy una mujer que canta
Para mitigar las penas.

No era nada ni nadie, y ahora,
Dicen que soy una estrella,
Que me convertí en una de ellas
Para brillar en la eterna noche.”

Tremenda letra desolada no fue escrita por Freddy, sino por la compositora cubana Ela O’Farrill. Freddy sólo fue la musa, la intérprete, la única indicada para cantar esos versos. A pesar de no haber sido la autora de esa composición, son el sumario, la síntesis, de la vida de Fredesvinda:

Fredesbinda García Herrera nació un par de años antes del Golpe de Estado contra Gerardo Machado, en 1935, en el municipio de Carlos M. de Céspedes, un pequeño poblado de Camagüey, Cuba. De familia campesina, su vida fue desde siempre trabajo y miseria. Dicen los portadores de certezas que a la edad de 12 años se mudó a la Habana. Ya en la capital, no sé a qué edad, trabajó de cocinera para una importante familia asociada al base-ball nacional. Eventualmente, y como es costumbre del tiempo, el tiempo siguió su paso marcial hacia la nada, hasta que a la infante recalada en la Habana le llegó el año de 1959 y por fortuna comenzó a cantar en un pequeño recinto de arquitectura neoclásica tardía, ubicado en la extraña esquina puntiaguda de Infanta y Humboldt, el Bar “Celeste”, no necesariamente en ese orden.

Se comenta en los bajos mundos del recuerdo mal resguardado que la monumental figura de Freddy se hacía sentir en el Celeste pasadas las 22 horas. Su voz andrógina, que parecía emanar desde el fondo de su ser, más atrás de su piel, su grasa, sus huesos y sus vísceras, que parecía venir desde su corazón, cantaba para mitigar sus penas de las horas vividas y perdidas, cautivando a propios y extraños. Dice, con tino perfecto, sin fingir sentimientos, el amigo Cabrera Infante:

“…[S]in música, quiero decir sin orquesta, sin acompañante, comenzó a cantar una canción desconocida, nueva, que salía de su pecho, de sus dos enormes tetas, de su barriga de barril, de aquel cuerpo monstruoso, y apenas me dejó acordarme del cuento de la ballena que cantó en la ópera, porque ponía algo más que el falso, azucarado, sentimental, fingido sentimiento en la canción, nada de bobería amelcochada, del sentimiento comercialmente fabricado del feeling, sino verdadero sentimiento y su voz salía suave, pastosa, líquida, con aceite ahora, una voz coloidal que fluía de todo su cuerpo como el plasma de su voz y de pronto me estremecí. Hacía tiempo que algo no me conmovía así y comencé a sonreírme en alta voz, porque acababa de reconocer la canción, a reírme, a soltar carcajadas porque era Noche de ronda y pensé, Agustín no has inventado nada, no has compuesto nada, esta mujer te está inventando tu canción ahora: ven mañana y recógela y cópiala y ponla a tu nombre de nuevo: Noche de ronda está naciendo esta noche.”[3]

Perdone usted, lectora, lector, se me metió una canción interpretada por Freddy al ojo.

En el escenario del Celeste fue descubierta por Carlos Manuel Palma, fundador de “Show”, revista donde escribió acerca de Freddy: “Sus días en el servicio doméstico naturalmente que están contados, porque cuando cualquier empresa la lance habrá enseguida que programarla en televisión, en radio, la harán cantante favorita y las compañías disqueras se disputarán sus grabaciones.”[4]

Y qué razón tenía. Antes del radiante y enceguecedor descubrimiento, muchos la vieron caminando a solas bajo las luces desiertas y azules de su soledad, sin prestarle atención al tesoro escondido entre pliegues y carnes. Pero una vez que se revelaron las maravillas ocultas, las ilusiones dormidas dentro de Freddy, fue imposible no mirarla.

Así llegó a la corta vida de esa chica robusta, pues no rebasaba los 24 años de edad, Humberto Anido, productor del Casino de Capri, quien la convertiría en pieza fundamental de espectáculo cabaretístico “Pimienta y Sal”. Las canciones tristes para mitigar las penas de una joven afligida habían llegado a oídos de Dios; el reconocimiento y la fama comenzaron a crecer vertiginosamente. Se le llamó “la Ella Fitzgerald cubana. En el balance anual de la revista dirigida por Carlos Palma fue declarada la mujer de ese año del 59. Participó en los programas televisivos «Casino de la Alegría» y «Jueves de Partagás«, éste último transmitido por el Canal 6, donde compartió créditos con Celia Cruz y Benny Moré. Grabó su disco “Freddy. La voz del sentimiento”.  Antes no era nada ni nadie y de pronto iba en camino a volverse una estrella, convertirse en una de ellas, brillando con su extraordinaria luz. Realizó giras por Venezuela, México, EEUU y Puerto Rico. Y de pronto, esa estrella inmensa se fue a brillar en la eterna noche: durante su gira por el país boricua, su cuerpo de más de 130 kilos lleno de nostalgias, sentimientos y congojas dijo “ya no más” apagándose así la “salvaje belleza de la vida”[5], la naciente estrella, antes de que conociera verdaderamente la cumbre.


[1] Adaptación personal del inicio de Tres tristes tigres (1966), de Guillermo Cabrera Infante.

[2] Este “yo” que no es el narrador de TTT, sino este otro yo, personaje ficticio que ahora escribe una nota al pie en un texto sobre la persona que inspiró al personaje de Estrella Rodríguez.

[3] TTT, GCI

[4] Carlos M. Palma “Del servicio doméstico surge una bolerista que ha de ser célebre”. Revista Show.  Año VI. No. 65. Julio 1959.

[5] TTT, GCI


Guillermo Samo.

Melómano.