Red Mundial de Suicidiólogos Caso 2

Por: Miguel Ángel Ortega



Tarde como de costumbre, apenas pude pegar el ojo en toda la noche. ¿Bañarme? No, no hay tiempo, tendrá que bastar con perfume, arreglarme y maquillarme en el camino, y desayunar en mi escritorio, otra vez. No hay como el transporte público para quitarte energía, en especial cuando tienes prisa. A veces me imagino el subterráneo como una granja de hormigas, o, que pasaría si por alguna razón ya no pudiéramos salir, cuanto tiempo duraríamos aquí abajo antes de empezar a matarnos unos a otros.

Quince cuadras de la estación del subterráneo a la oficina, las nueve menos diez, puedo lograrlo. Nunca entenderé porque no solo salgo corriendo. Creo que es la estúpida vergüenza de sentirme observada. Todos los que bajamos en esta estación trabajamos en este complejo de edificios, todos entramos a las 9, todos vamos tarde, me repito una y otra vez. Comienzo a caminar, primero pasos cortos y rápidos, luego pasos igual de rápidos pero más largos. Siempre he querido presumir mi habilidad para pisar el tacón de la persona que va adelante y fingir que fue un accidente. Es bastante útil para ir quitando obstáculos.

El cansancio por no haber dormido lo suficiente, el mal humor que provoca los empujones en el vagón, el hambre por no haber desayunado, el estrés acumulado, todo se pausa por un instante. Un silencio absoluto reina en el lugar, me detengo en seco, trato de comprender que acaba de suceder. Fue demasiado rápido, apenas pude ver como caía justo frente a mí. Sé que puedo moverme pero no sé porque no lo hago. Un grito desgarrador termina con la pausa. Volteo a ver a la señora que gritó, ahora con las manos en la boca observa el piso. Sigo su mirada y entonces lo veo, el cuerpo inerte de un adolecente, nunca me pregunte que pasaría con la cabeza de una persona al arrojarse desde lo alto de un edificio, ahora lo sé. Me doy la vuelta y trato de alejarme, me siento mareada no puedo caminar sin chocar con los demás. Llego casi a gatas a la banca más cercana. Creo que voy a vomitar o a desmayarme, no sé, tal vez las dos cosas. Ahora todo es un caos. Escucho gritos que piden ayuda, las personas corren de un lado para otro, los más sensatos se alejan, mientras otros a empujones buscan acercarse para poder ver un cadáver.

No puedo sacar de mi mente  esa imagen y ese sonido, como el de una nuez que se rompe con un martillo. Ahora me doy cuenta de que si hubiera dado un paso más, hubiera caído sobre mí. Tiene que ser una maldita broma, primero lo de la fiesta de ayer en San Jerónimo, y ahora esto.


San Jerónimo 810

Miguel Ángel O.

Va por la vida sacando calzado de quienes osan a caminar lento frente a él. Si usted ha sido víctima de su caminar presuroso, denúncielo al 55223451124.